La increíble historia de Casa Loma, el castillo escondido en el corazón de Toronto
A comienzos del siglo XX, cuando Toronto apenas empezaba a perfilarse como una gran ciudad, un hombre soñó con construir el castillo más majestuoso de toda América del Norte. Su nombre: Sir Henry Pellatt —un empresario visionario, amante de la innovación y el lujo— y su esposa, Lady Mary Pellatt, una mujer con espíritu solidario que sería una de las pioneras de lo que hoy conocemos como los Girl Scouts en Canadá.
Juntos imaginaron una mansión que desafiara la época. Así nació Casa Loma, una residencia de cuento con 98 habitaciones, un órgano monumental (que hoy yace en silencio), y teléfonos en cada cuarto, un lujo impensable para 1914. Sir Henry mandó a construir incluso una habitación especial para el príncipe de la realeza británica, con la esperanza de recibirlo algún día.
Pero el castillo no era solo ostentación. Los empleados vivían con comodidades inéditas: tenían sus propias habitaciones y baños privados, cuando en ese tiempo la mayoría debía salir al patio para usar un retrete. Henry los trataba con dignidad y respeto, algo que lo distinguía de los empresarios fríos de su época.
Bajo la casa, un túnel de casi 800 metros conectaba la mansión con las caballerizas y el área de servicio, permitiendo moverse sin ser visto. Décadas más tarde, al hacer restauraciones, se descubrió un cuarto secreto de vino y carnes que había permanecido oculto tras una pared sellada.
Casa Loma tenía también su propio cine, un jardín inmenso, y un garaje con capacidad para siete automóviles, cuando la mayoría de la gente jamás había visto uno de cerca. Mantenerla costaba una fortuna; hoy equivaldría a millones de dólares al año solo en gastos de personal y mantenimiento.
Sir Henry, además de ser un hombre de negocios, fundó varias compañías, incluyendo una que llevó la electricidad a los hogares de Toronto, un logro que cambió la vida de miles de personas. Pero su fortuna se desvaneció tan rápido como se construyó. Las deudas, los impuestos y la caída del mercado lo obligaron a ceder su castillo al gobierno.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Casa Loma fue usada por el ejército canadiense para entrenar a sus oficiales, y Henry, fiel a su espíritu patriótico, puso su hogar al servicio militar sin pedir nada a cambio.
Murió lejos de su castillo, con modestia y sin riquezas, pero con el respeto de todos los que conocieron su historia. Hoy, Casa Loma es uno de los museos más visitados de Canadá, un lugar donde la historia, la elegancia y la curiosidad se entrelazan.
Quien la recorra puede sentir todavía el eco del órgano gigante, imaginar los pasos del príncipe que nunca llegó, o descubrir el misterio detrás de los muros que guardan la grandeza y la caída de un hombre que soñó demasiado alto… y lo hizo realidad.
